El fútbol es emoción. Su magnetismo va atado a las emociones. Esa es la razón por la que la vuelta de Joaquín Caparrós, en mitad del caos, se ha visto como una especie de pócima de la felicidad para el sevillismo. Cierto que una felicidad, pírrica. No están las cosas para fiestas en Nervión. Sin embargo personas como Caparrós recomponen el panorama, arraciman a la gente y provocan treguas o abren paréntesis en los que se encienrran temporalmente las dudas. Ni en lo futbolísitico ni en lo institucional, la entidad pasa por un buen momento. El regreso de Joaquín es la manifestación más patente del fallo general que afecta al Sevilla FC. Sólo una quiebra sostenida de la eficiciencia, ha hecho necesario el regreso de un hombre al que se le pide el milagro de la unidad y de la normalización del Ramón Sánchez Pizjuán. Puede que Caparrós, por jerarquía, logre esto pero nadie va a enterrar el cisma ni servirá el trabajo del carismático entrenador para curar heridas ya tan profundas.
Sin duda, parar el rosario de malos partidos y derrotas desesperantes, es el primer objetivo. Cuando se logre matemáticamente la salvación del equipo, volveremos a la casilla de salida. Es muy triste ver a uno de los clubes más grandes del fútbol español, dilapidando su patrimonio deportivo y su imagfen, dentro y fuera, de España. Caparrós es una solución para evitar algo peor que lo peor pero, hecho su trabajo, no podrá evitar que el cielo vuelva a abrirse en canal y entonces ya la tormenta será de dimensiones