España necesita héroes. Da igual que sean Don Pelayo, el Cid Campeador o el Dioni. Son imágenes hacia las que, por uno u otro motivo, los españoles nos proyectamos. Valor, arrojo, lealtad, picardía…esos personajes concitan el interés o la sensación de querer ser como ellos. Cito a estos sin romperme mucho la cabeza y sólo para difrenciarlos, a ellos y al concepto, de lo que representa Rafa Nadal. Nadal es un héroe atípico, el antidivo, un ser normal que, a base de dejarse jirones de salud en partidos y entrenamientos, ha logrado superar la línea de lo ordinario. Rafael Nadal representa la sencilla virtud del trabajo sín límite. Con sus condiciones, quizás no las de Federer, ha logrado estar, hacerse un espacio brillante y personal en la historia del tenis y mirar de frente a cualquier estrella, consolidada o emergente, de este deporte.
Ahora Nadal se va. Se va cuando él lo ha decidio y no cuando, los que sólo les interesaba ver a una Rafa ganandor y producctor de felicidad, lo recomendaron. Si no ganaba y no servía para blasonar de glorias patrias, ya no era interesante. Deja el tenis porque no tiene más remedio pero lo ha peleado, ha aguantado a pesar de la mala salud y el dolor, porque es consciente de que nada va a ser igual ni para él ni para el tenis.
Ahora podría volcar un hilo de frases laudatorias o esteblecer una concatenación de sus actuaciones más brillantes, a modo de homenaje pero sólo diré que el ejemplo de Nadal es uno de los valores más fiables del deporte y de la sociedad española. Su abuelo le dijo una vez que tuviera presente que, él lo que hacía era pasar la bola de una parte a otra, por encima de la red. Fue una llamada atención para relativizar el deslumbramiento que producen los focos de la fama. Parece que Rafa lo entendió y siempre ha cubierto su vida con el manto de la normalidad. Sin embargo lo que no puede evitar, porque eso no depende de él, es lo evidente: Rafael Nadal no es una persona, es un acontecimiento.