Pedro Molina, en pleno esfuerzo sobre el ring

Un año más, el mundo del boxeo se sube al ring para ganar el combate de la solidaridad. White Collar es sinónimo de generosidad sobre el cuadrilátero. Raúl Buendía y todo el equipo de Sugar Ray, con inestimables y multiples ayudas, levantan una velada con el mejor sabor boxístico, que devuelve a Jaén un ambiente de otro tiempo. Uno de los púgiles que pisó ese ring solidario fue Pedro Molina, colaborador de Palabra de Fútbol. Pedro nos narra en primera persona su experiencia, sus sensaciones íntimas antes de subir al cuadrilátero y durente los tres asaltos. Una historia para ser contada…

Pedro Molina.- Desde el pasado sábado veintidós de febrero puedo proclamar orgullosamente a los cuatro vientos que soy boxeador, aunque no sea profesional ni competidor, pero soy un púgil porque me subí públicamente a un cuadrilátero en la maravillosa velada
benéfica de boxeo White Collar 2025. Por ello, nadie podrá negarme jamás mi humilde,
mi modestísima contribución y, sin embargo, real; a la existencia del noble arte del
pugilismo.

Esta tierra que me vio nacer, que tanto amo y que recorre mis venas, Jaén, fue
testigo de algo que para mí es muy importante: el hombre regordete soy, que se acerca a
los cuarenta años, que siempre ha vivido entre aulas, bibliotecas y oficinas; entre libros,
libretas, bolígrafos y apuntes; resolviendo ecuaciones y aprendiendo leyes; este auxiliar
administrativo honrado de serlo, liberó al guerrero que lleva dentro en una contienda
dura pero llena de honor y de belleza, porque así es el boxeo, una fiel metáfora de esta
tragedia maravillosa que es la vida.

Un buen amigo y compañero más sabio y experimentado que yo en esto del
pugilismo me dijo: “Pedro, lo peor pasará una vez subas los tres escalones. Recuérdalo,
Pedro, tres escalones”. Con esto, hacía referencia a los tres escalones que hay que subir
para encerrarse entre las dieciséis cuerdas y boxear, combatir, en definitiva. Y es cierto
que subí esos tres escalones temblando de nervios, de miedo y de vergüenza, pero una
vez arriba, en los instantes previos a que sonara la campana, me dije a mí mismo:
“Pedro, estás donde querías estar, sometiéndote a un reto que jamás pensaste que
podrías afrontar. Dentro de unos minutos, no serás la misma persona, habrá un punto de
inflexión porque habrás ganado, independientemente del resultado de este combate, la
batalla más dura de tu vida: la batalla contra ti mismo”.


Mi madre y algunos familiares más, muchos amigos y compañeros, personas muy
queridas y otros más de mil ojos me observan. En la esquina me cuidan dos grandes de
categoría a quienes aprecio y admiro una barbaridad: el campeón de España profesional
Raúl “Gordito” Buendía y el mítico maestro de las artes marciales y los deportes de
combate Juan Reyes. Su compañía y protección me produce una inmensa alegría pero
me llena de responsabilidad también, lo cual es bueno.

Suena la campana, comienzo a confiar en mí mismo y a pensar que esto va a salir
bien y me dirijo a mi oponente. El primer asalto se salda con un intercambio bronco de
golpes en el cuerpo a cuerpo, mayoritariamente. En la esquina, Raúl y Juan me indican
que puedo sacar un boxeo mucho mejor y en el segundo asalto lo demuestro. En el
descanso previo al tercer asalto, los dos me felicitan porque ahora sí he boxeado de
verdad. En ese tercer y último asalto, mi rival se crece y yo resisto estoicamente sin
dejar tampoco de sacar buenos mamporros. Estoy en mi mejor momento tanto física
como mentalmente y se nota porque aguanto bien el cansancio y los golpes. Además,
respiro sin excesiva dificultad: el entrenamiento ha dado sus frutos.

Finaliza la contienda, que ha sido una lucha épica y auténtica, en la que mi rival y yo hemos dado
lo mejor de nosotros mismos, respetándonos tanto que no hemos mostrado piedad
alguna. Nos abrazamos pues siempre tengo muy presente aquella máxima atribuida creo
que al legendario judoka japonés Yashuhiro Yamashita, que dijo aquello de que “mi
rival no es mi enemigo, pues sin él no soy nadie”. En la misma línea, recuerdo las
palabras del Gordito cuando le escuche hablar de la «comunión con el contrario» que se
produce en el boxeo, un acto trascendental: y es que la noble contienda hace aflorar una
grandeza inscrita en el púgil y ayuda, a su vez, a que el rival alcance también la suya.
Ambos caminan juntos por la senda de la excelencia y, en esa catarsis, se abre la
posibilidad de forjar una bella y duradera amistad.


Declaran el combate nulo -un empate, para que nos entendamos- y bajo del ring
más en paz conmigo mismo que en toda mi vida: estoy lleno de gratitud por el cariño y
el apoyo incondicional de mis seres queridos y por la oportunidad que me brindaron
Raúl Buendía y todos los demás maestros de la Escuela de combate Sugar Ray, todos
ellos amigos muy queridos y venerados. Mi agradecimiento se extiende a todas las
personas que, de una u otra forma, en mayor o menor medida; han hecho posible este
mágico evento.
Además, mi paz interior también se debe al sentimiento profundo de haber
contribuido con una hermosa causa benéfica, el Proyecto Semilla, de AFAMMER Jaén;
así como también por haber cumplido el objetivo que me marqué: retarme a mí mismo
saliendo de mi zona de confort sin anestesia ni paños calientes y declarando la guerra a
mis miedos -al dolor, a arriesgar mi integridad física, al fracaso personal…- para salir
victorioso y lanzando un mensaje al mundo de superación personal. A partir de ahora
¿qué o quién puede frenarme o doblegarme? No puedo evitar finalizar parafraseando a
Nietzsche cuando dijo aquello de: “¿Es esto la vida? Pues venga, ¡otra vez!”

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