Por Andy Jorge Blanco. @andy_jblanco

Apenas entré al teatro sentí que era un farsante. Había llegado por primera vez a Jaén a bordo de un tren con retraso para asistir a la entrega de unos premios nacionales de deporte. Había caminado hasta el hotel y abierto la ventana de la habitación para que nos mirásemos, desde la altura, la sierra y yo, la ciudad y yo. Atardecía. En poco más de dos horas empezaría la gala de los VI Premios Nacionales “Palabra de Fútbol”, a la que fui gentilmente invitado por Antonio Oliver.

Bajé a la recepción y vi, de primero, al exfutbolista del Real Madrid, Edwin Congo. Luego vino el traslado al teatro Infanta Leonor y el photocall. Y fue justo ahí, a la entrada, en medio de un público ávido de fotos con estrellas del deporte, que tuve esa sensación de impostor. Yo, periodista imberbe y no especializado en deporte, de pronto estaba en el mismo lobby con figuras del fútbol mundial como Iván Zamorano, José Mari Bakero o Pepe Macanás. Yo, periodista imberbe, de pronto estaba, por ejemplo, delante de Iñaki Cano y Antonio Oliver. Tenía todas las papeletas para sentirme un farsante.

Arrancó la gala. Antonio Oliver, director de la revista digital Palabra de Fútbol, habló del deporte como puente entre las personas, de que los premios resaltan trayectorias deportivas, que poco importan el ganar o el perder porque hay mucho más allá, porque detrás de una victoria o una derrota hay mucho sacrificio y pasión. Habló de que “Palabra de Fútbol” pone la mirada en los valores humanos y dijo que, para asistir a esta gala, solo había que tener la mano tendida y el corazón dispuesto. No dijo, sin embargo, que para asistir a esta gala había que dejarse emocionar. Y para esto último, lo confieso, yo no estaba preparado.

No creía jamás -y soy sincero- que una gala deportiva, incluso de altos quilates como la de este lunes, fuera capaz de remover los sentimientos más nobles de alguien -ya lo he dicho- no especializado en deporte como yo. Mis amigos periodistas deportivos probablemente se hubiesen reído al verme aplaudiendo, como el más fanático madridista, a Zamorano, u ovacionando a Bakero como el más auténtico culé. A ambos con la misma pasión, como si hubiese crecido viendo sus carreras, como si hubiese estado en cada partido del Bernabéu o el Camp Nou donde corrían tras un balón que es correr tras un sueño, y de pronto estuviese delante de ellos, viéndolos recibir un premio por la trayectoria de sus vidas y emocionándome por ello como un fiel aficionado. Que el deporte sea un puente entre personas lo explica todo. Es la verdad.

Dije que no estaba preparado para dejarme emocionar en una gala, pero me ha ganado el deporte y los valores más sensibles que despierta. Por eso me he visto con los ojos llorosos cuando una leyenda del fútbol como Pepe Macanás ha subido al escenario y ha pedido que lo acompañase su nieto, pequeñito, a recibir el premio junto a él, y se han dado el abrazo más tierno que he visto nunca; o cuando miembros de la Fundación Ramón Grosso hablaron del trabajo hermosísimo que realizan en Chad a través del deporte, la salud y la educación, y la ilusión por que muy pronto alguna gimnasta chadiana, formada por la fundación, esté compitiendo en unos Juegos Olímpicos. Por eso me he reído con Iñaki Cano quien ha repasado, con la magistralidad que tiene, su relación profesional y amistosa con muchos de los premiados, y le ha dedicado el galardón, con esa sensibilidad que debe llevar a cuestas todo buen periodista, a su mujer y a sus hijos por haber comprendido la ausencia en fechas importantes, porque la familia es la retaguardia y el sostén cuando la pasión por el trabajo obliga a estar fuera de casa.

Y por eso he aplaudido con la misma satisfacción a cada uno de los clubes y los deportistas premiados, porque salí convencido de que el deporte cambia vidas y ennoblece. Lo vimos sobre el escenario del teatro Infanta Leonor. Decía Kapuściński que para ser periodista hay que ser buena persona. Yo añadiría que para ser deportista también. Y eso es lo que se premió la noche del lunes en una gala que fue, a la vez, una gran entrevista conducida con esa genialidad que bien maneja Antonio Oliver.

Sigo diciendo que no merecía yo haber sido invitado, pero como dijo Iñaki recordando a Di Stéfano: “no me lo merezco, pero lo trinco”, sobre todo, porque después de la entrega de los VI Premios Nacionales “Palabra de Fútbol” me siento menos farsante. Como muestra, he dejado en Jaén, tras volver a vernos la sierra y yo, la mano tendida y me llevo, eso sí, el corazón repleto.

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