Manuel Escudero. –La Victoria volvió a vivir un ascenso después de doce años. Quedan lejos aquellas imágenes que nos llevaron a la categoría de plata de la mano de un extraordinario plantel de futbolistas, algunos de ellos presentes este domingo en el estadio, que culminaron la hazaña contra el Huracán Valencia, equipo ya extinto. Más de una década que empezó a nublarse con el trágico descenso a 2B frente al Alavés y posterior declive a las tinieblas de Tercera División. Sí, el Real Jaén no sólo tocó fondo en su parte institucional y deportiva en este intervalo de tiempo, sonando con fuerza la idea de fundar un nuevo club y extraviar la corona que tantas generaciones han admirado. Infortunios, desengaños, injusticias. Proyectos que murieron en la orilla demasiadas veces para el sentimiento de una afición que ha visto menguar en tantas ocasiones su anhelo sin perder un ápice de fidelidad al blanco impoluto de su bandera.
Jaén volvió a demostrar el domingo que es una ciudad con ganas de fútbol. Una tierra que ha inducido el sentimiento de pertenencia a su equipo de padre a hijo desde los tiempos de la Olímpica Jiennense. Más de 12000 personas vistieron de blanco y morado la nueva Victoria, evocando tiempos mejores e ilustrando el verdadero significado de afición. Si alguien duda a estas alturas de la capacidad que tiene esta ciudad para llevar en volandas al Real Jaén hacia el triunfo sólo tiene que ver las imágenes que estos días comparten los medios de comunicación y redes sociales.

El comienzo de partido fue de euforia contenida y nerviosismo tras el gol de Pablo Haro para el Atlético Central en una buena jugada de control exquisito y vaselina inapelable que llevó a la red local el balón. Los fantasmas de siniestros pasados en la historia blanca con nombres como Antequerano o Villarreal B sobrevolaron por unos minutos las gradas de los aficionados más curtidos en edad. Sin embargo esta vez al Real Jaén no le temblaron las piernas y continuó su juego incipiente hasta que al filo del descanso entró el deseado gol que devolvía la calma en un buen remate de Juanma Porro.
Parecía que la historia por fin iba a tener un gesto de esperanza con este club centenario y así se confirmó en el minuto 53 con el gol de Agus Alonso que liberó el ímpetu en el estadio.
El Atlético Central fue un digno rival de una final de Play Off, un equipo que jugó y dejó jugar hasta el minuto 90 y que demostró valores tanto en el césped como en la tribuna.
Tras el pitido final volvieron los abrazos y las lágrimas al césped. La multitud que fue espejo de una ciudad con ansias de fútbol profesional y que trasladó su entusiasmo a la histórica Plaza de las Batallas, vio de nuevo el laurel de la diosa Niké tras el fulgor de las bengalas.
Este sí ha sido el año y parece el camino correcto. Las turbulentas aguas que en años anteriores ahogaban el sentimiento de la afición parecen haber sido apaciguadas por una dirección en la que se avista estabilidad. Solo doce años nos separan de la misma sensación de ilusión y esperanza tras un ascenso, con el mismo entrenador en el banquillo. Confiemos.