El fútbol es un estómago insaciable que devora a sus hijos a ritmo de charanga. La piedad no existe. Se pasa de un paroxismo casi irracional, a una condena inmisericorde que coloca al futbolista en los infiernos.
El triángulo amoroso (Afición, Club, Jugadores) es una pompa de jabón que sólo se mueve por el soplo efímero de los buenos momentos y, como todo lo que va sujeto a un interés, cuando pierde la magia que lo endulza, explota y parece que nunca existió.
Es redundante relatar las razones deportivas que conceden a Marc-AndréTer Stegen la condición de histórico en el FC Barcelona, las doy por sabidas. El suyo es sólo un caso que sirve como ejemplo, significativo por la jerarquía del protagonista, pero que sucede en casi todos los clubes de fútbol.
El mito es mito hasta que deja de serlo. No es mi intención entrar en las razones de las partes, sólo quiero refelxionar sobre la evidencia de que, en esto también, el fútbol es un reflejo de la sociedad. Vales, mientras sirves. Da igual tu disposición en malos momentos o tu contribución al enaltecimiento, por hacer de la excelencia una norma en tu trabajo, de la entidad. Ter Stegen está amortizado. Antes fueron Messi, Koeman o Xavi. Va a entrar en una galería de ilustres culés, por ahí debe estar orgulloso.
“Las obras quedan, las gentes se van” (Julio Iglesias). Esta rancia canción del exportero del Real Madrid, define la situación repetida tantas veces en el fútbol…y en la vida. En cualquier caso, entiendo la defensa de los intereses propios eso si, a ser posible, que imperen justicia y buen gusto.