Las ciudades tienen un ritmo y una melodía. Suenan a motor, sirenas y a un murmullo permanente que tenemos asumido. Sin embargo las ciudades, todas, tienen un momento en el que se desnudan y dejan el rastro impersonal de cada día para enfundarse las ropas más parecidas a su condición de espacio habitable. Es entonces cuando aparecen las versiones más amables de quienes habitan las ciudades. Las personas se proyectan en su magnitud original y muestran todas las capacidades que poseen para la alegría y la convivencia.
La Carrera Urbana de San Antón, una cita deportiva que marcha ya por su 42 edición, es una de las excusas que la ciudad de Jaén tiene para quitarse los «arreos» de lidiar con la superficie áspera de los días comunes y vestir la camiseta de vivir como hay que vivir. La ciudad muta y se desdobla para, desde las aceras y en las lumbres, lanzar un mensaje que debiera perdurar en esencia: Empatía, solidaridad, aplausos y reconocimientos unánimes.
Ahora que acaba de ocurrir esta transformación súbita que experimentan las ciudades ante un acontecimiento deportivo, es buen momento para reclamar a todos, el reconocimiento a este tipo de manifestaciones en particular y al deporte de forma concreta como motor de las mejores capacidades del ser humano.
Es importante para la ciudad que esta cita, que pone sobre las calles de Jaén a 10.000 atletas de todas las edades y en las aceras y en las lumbres a decenas de miles de personas, no sólo sea un motor económico . Es muy trascendente el rearme anímico de la población. Una noche de calor de lumbre y de calor de abrazos y de risas, restaura y sirve para que crezca la autoestima. Hay que recapacitar y entender el valor del deporte como tratamiento preventivo contra la tristeza, la soledad y el agoísmo.