La noticia ya está escrutada, analizada y/o manoseada según se mire pero, me apetece reflexionar sobre el hecho y sus consecuencias. Lamine Yamal ha celebrado la mayoría de edad y, por si no lo tenía claro, ya sabe que hay un momento en el que el futbolista deja de ser una persona y se convierte en objeto, herramienta o excusa para hacer tratados de psicología, pedagogía y buenas prácticas sociales.
Estamos inmersos a diario en el ampuloso marco del fútbol moderno y nos asombremos de cómo se desenvuelve una de las estrellas más jóvenes y rutilantes del fútbol mundial. En el fútbol hace tiempo que dejó de interesar la normalidad y eso lo aprenden los niños porque sus ídolos, lo muestran, lo abanderan y con sus actuaciones lo prescriben. Un futbolista sin tatuajes parece menos futbolista, y no lo es; parece menos estrella el que no calza coche de cientos de miles de euros, y no lo es. Hemos elevado los signos a la categoría de condición, sin la cual el jugador de fútbol pierde potencia mediática y social o, dicho más claro, vende menos y se vende peor.
Ha costado poco trabajo asumir con absoluta normalidad el tuneado de la piel de los jugadores de fútbol, hasta perder de vista la epidermis pero, nos asombra un poco que un chaval, con la experiencia que está viviendo Lamine, quiera jugar a ser “Rey por un día”.
El problema no está en eso, los sueños son para cumplirlos, lo preocupante sería que la reiteración de esa puesta en escena termine superando, por agradable y gratificante, la parcela de futbolista profesional. Es un riesgo con el que deben lidiar los jugadores más jóvenes, no hace falta que ganen millones. Cada uno en su medida proyecta, idealiza y, si puede, lleva a cabo la escena que dibujó mientras soñaba con llegar ahí. Totalmente humano.
Al final, da igual lo que pensemos, los consejos que con buena fe le están lanzando desde todas partes, las suaves sugerencias del club o los dardos de la envidia, Lamine Yamal ya lo ha dicho, va a hacer lo que considere. A partir de aquí comienza la apasioante danza de la vida, al baile concurren, como en todo los casos, la Herecnia y el Ambiente. Mucha suerte, Lamine.