Me gusta que gane mi Selección pero estoy muy lejos de otorgar al fútbol, quizás porque es mi trabajo, la soberanía para dictar mi felicidad o mi desdicha a partir de un resultado. El fútbol es por desgracia, para demasiadas personas, un sustitutivo por el que, virtualmente, «llegan» a donde nunca llegarán; un vehículo para insultar y desfogarse sin posibilidad de ser contestados y un camuflaje para sublimar cosas que en la calle, en casa o en el trabajo no pueden ni mencionar. En definitiva es un muro ciego en el que se proyectan todas las sombras de quienes necesitan ayuda y la buscan en el fútbol.
Hay millones de personas sensatas que van a un campo de fútbol pero la sensatez no tiene eco, hacen más ruido esos millones, también muchísimos, que defecan por la boca y llevan los ojos en hemorragia permanente. Sin embargo esto no tiene nada que ver con el fútbol, aunque usen el fútbol para esto. El linchamiento de Álvaro Morata, por el gravísimo delito de fallar un penalti, es la proyección práctica de lo anterior, la exhibición de las más preclaras miserias de una sociedad mediocre y pobre de espíritu. No es el fútbol, el fútbol es un sujeto paciente, somos nosotros.