Las medias tintas, el miedo a llamar a las cosas por su nombre y la hipocresía están llevando al fútbol, otra vez, a convertirse en un rompeolas de aguas fecales. Ahí convergen todas las inmundicias que la sociedad produce. No es casualidad, el fútbol es permeable. Tiene cimientos muy sólidos pero carece de filtros, no tiene paredes; entra todo el que quiere, hace lo que quiere y luego se lo apunta al fútbol. Son gentes que pasan por el fútbol pero que no son del fútbol. Lo usan y lo tiran. El fútbol es un «espectáculo público» y como todo lo que tiene ese apellido, parece que no es de nadie y que se puede pervertir, manchar, robar y abandonar.
Una de las razones por las que hay riesgo de volver al tiempo de los asesinatos, del miedo en los estadios y de la irracioanlidad que marcan los violentos, es ese “mantra” sectario, forofo y cobarde: “Son cuatro y no representan a las aficiones”. Son muchos más, en distinto rango pero muchísmos más, y forman parte parte de las aficiones. Si esto sigue así, con ese mantra reduccionista, metiroso y repetido, el fútbol se va por el sumidero. Se va a la mierda.